Las Labras
Los numerosos escudos heráldicos que nuestra Villa atesora en sus calles y plazas, son fieles testigos mudos de un glorioso pasado; son libros abiertos que con variada simbología predican la hidalguía de Nobles Caballeros que
ganaron sus insignias con honor en renombradas batallas, lides, y combates
medievales.
Otrás labras se quedaron atrás en siglos pretéritos, pero, quienes
hemos nacido y vivido en Valderas al declinar el pasado milenio y en el
amanecer del nuevo, generalmente no
valoramos en su justa medida las maravillas que tenemos delante de nuestros
ojos, y, tal vez por cotidianas desde nuestra infancia, no las supimos apreciar.
Suele ocurrir, tan cierto como el viejo refrán: "los árboles no dejan ver el bosque".
Sin lugar a dudas, la riqueza cultural simbólica cincelada
en las piedras es un preciado tesoro legado por nuestros mayores, que no podemos
ni debemos apartar, y sí apreciar, mimar, conservar y estudiar; porque desde el
silencio viene a reescribir una antigua y gloriosa historia, que es la nuestra.
Para valorarla más claramente, es conveniente intentar
cambiar la habitualidad y tratar de ver Valderas desde la sensación que
experimenta el caminante que sin conocer nuestra Villa, por primera vez se
acerca a visitarnos, y habiendo contemplado desde la lejanía los derruidos
torreones del castillo alzándose cada vez más próximos en el horizonte de la
Altafría, por fin llega al caserío y camina por las calles y plazas viendo
pausadamente los numerosos blasones que presiden lienzos y portadas de
señoriales casonas: Cabeza de Vaca, Los Arias, Aguilar, etc.
Sumergido en el
sosegado silencioso envolvente, mágico y apasionante del corazón de la Villa,
llega hasta el pórtico de la iglesia de Santa María del Azogue, e
instintivamente posa su mirada en emblemático edifico herreriano de la antigua
Casa Consistorial, presidido por el escudo de la Villa, el anciano templario cargado de esotérica espiritualidad y misterios, de antiguos secretos,
flanqueado a su vez por las dos grades y amenazantes gárgolas leoninas que, al
igual que el escudo al que defienden, entre sus afiladas garras guardan los más
puros signos de la identidad valderense: bandera, llamas y estrellas.
Pero hay que seguir caminando. La tarde veraniega es apacible, sosegada y luminosa, y nos invita a ir despacio disfrutando de un
inesperado y maravillo ambiente, así, llegamos a los pies de la Virgen Morena,
la flor más Santa y hermosa que jamás vieron los ojos. La gloriosa Capitana del
alma y sentir Valderense. En los últimos días del verano las campanas repican a
gloria en su honor, y su santuario es un remanso de paz para el alma, que nos
invita a la oración y nos acerca al cielo.
Aquí muy cerca, contiguo al templo, al otro lado de la
calle, está el escudo heráldico de un Grande de España, con su yelmo
enrejillado y al frente, tocado con penacho de las siete plumas cómo
corresponde a un Conde. La pétrea fachada del esquinado balcón ojival luce con todo
su esplendor el emblema del "Conde de Trastámara", Señor de Astorga,
de Villalobos y de las Siete Villas de Campos cuya capital era Valderas. La
simbología de su labra es muy variada: lobos pasantes, torre de Señorío, el
Torreón de Turienzo de los Caballeros Templarios circundado por veneras santiaguistas, el ajedrezado -valor
del soldado en la batalla-, el león rampante del antiguo Reino con los sotueres
de las Navas de Tolosa, etc.
Seguimos adelante, y pronto nos hallamos bajo la dulce
mirada de imagen de Nuestra Señora del Buen suceso, sobre ella la pentalfa, y colgadas
de la bóveda están las carcomidas y oxidadas puntas de férreas y puntiagudas saetas
del Arco de las Arrejas.
Virgen del Buen Suceso en el Arco de las Arrejas |
Al salir hacia la plaza del Ganado, aparece
ante nuestros ojos la inmensa mole petrificada por los siglos de la iglesia de
San Juan, dedicada al Bautista, donde, iluminada por el sol dorado del
crepúsculo vespertino, en la base del primer cuerpo de la torre vemos la gran
linterna de los muertos, cuya concepción original fue guiar por la nave central
del templo al último reflejo del astro rey, y al hundirse éste en el abismo del
horizonte, su último rayo dorado moría a los pies del Santo Sepulcro, mientras
la iglesia funeraria -La Stupa- comenzaba a cubrirse con un bellísimo manto de
luceros y estrellas.
San Juan del Mercado |
Linterna de los muertos |
Transitando la calle
de Santiago entre blasones y portalones de rancias casonas que aún conservan
repiques de armas y espuelas de los caballeros cruzados, el viajero percibirá
cercanos otros tantos genuinos aromas medievales, y verá en su altar al Santo
Apóstol Santiago rememorando su gesta en la batalla de Clavijo. En su capilla
sobre el arco, aún resuenan los ecos de rezos y cantos de monjes guerreros de
las órdenes militares de Calatrava, Alcántara y Santiago adorando a la Reina
del Cielo, la Virgen de la Cabecica.
Con este inolvidable y grato recuerdo de un pasado de siglos no muy lejano, el viajero se despide de Valderas caminando hacia poniente, hacia la caída del sol que marca la ruta del mar tenebroso siguiendo el camino de las estrellas, que lleva a la tumba del Apóstol, en el corazón de las verdes montañas de Galicia.
Al contemplar estas maravillas, también los valderenses
sentimos muy dentro el mágico embrujo de la anciana Villa medieval cuajada de
siglos de historia, que, en la modernidad del siglo XXI permanece palpitante en
el corazón del pueblo, envolviendo a sus hijos con un hálito de gloria.
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En el próximo relato comenzaremos a desvelar los secretos templarios del escudo de Valderas, y proseguiremos con los esotericos misterios de la iglesia de San Juan.
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