El Blog dedicado a Valderas


Este Blog nace como rincón de la historia y la poesía valderense.

Un cordial saludo de
CESIDIO BLANCO GONZÁLEZ
-Escritor, Rapsoda y poeta valderense-

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jueves, 29 de mayo de 2014

Valderenses en las Navas de Tolosa

             En el nuevo relato que ofrezco a mis amables lectores en este Blog de Valderas, con el análisis de los signos heráldicos existentes en nuestra Villa, podremos comprobar la participación de los valderenses en una de las hazañas guerreras más importantes de la historia de España: La gran cruzada de la cristiandad conocida como la batalla de "Las Navas de Tolosa".
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Es notorio que el rey Alfonso IX de León no participó en la batalla de Las Navas de Tolosa, pero ahondando en los relatos históricos y en los pétreos testigos -labras- de nuestra Villa, hoy podemos afirmar que los caballeros y gentes de armas de Valderas, sí lo hicieron; y, aún más importante, como más adelante veremos, exis­ten datos fiables para afirmar que los valderenses tuvieron mucho que ver en la gran victoria de las tropas de la gran cruzada de cristiandad en la península Ibérica.
  Dicho lo anterior, alguien podrá preguntar: ¿siendo Valderas del Reino de León, cómo es que los valderenses participaron en la contienda y no lo hizo su legítimo Rey?
 La respuesta es clara: pocos años antes del 1.212, en que se luchó en las Navas, Valderas era gobernada por un caballero de noble raíz castellana, y todo indica que era hermano o sobrino don Diego López de Haro (el Bueno), Comandante de las vanguardia del ejército castellano en la citada batalla.
  Cuando la amenaza almohade Miramamolín -conocido por los árabes como "Príncipe de los Creyentes"- se hizo latente en tierras de la Península Ibérica, para enfrentarse a tan numerosa hueste, el rey Alfonso VIII de Castilla solicitó ayuda a los demás reinos de España, y para conseguir la unión de todas las fuerzas cristianas y el apoyo de los cruzados extranjeros de centro Europa, urgió al Papa Inocencio III para que declarase la contienda “Cruzada de la Cristiandad”, quien a su vez ordenó que fuese predicada en todos los púlpitos de Europa, y con amenaza de excomunión pidió a todos los Reyes y Príncipes cristianos que aplazaran sus diferencias a favor de la magna empresa común, prometiendo a su vez, plena remisión de los pecados a cuantos concurrieran en ayuda de la cristiandad, que se hallaba seriamente amenazada, puesto que el llamado príncipe de los Creyentes había jurado abrevar su caballos en Roma, con clara intención de arrasar los reinos cristianos, primero de España, y seguido a todo aquel que se le pusiese delante en Europa.
El rey Alfonso IX de León condicionó su apoyo y asistencia a la batalla solicitando al Castellano Alonfo XIII la devolución de las plazas que le tenía retenidas por incumplimiento del “Tratado de Tordehumos”. Por tanto, Valderas estaba en poder del Rey Castellano y era una de las plazas fronterizas que el leones pedía le fuese devuelta. Como vemos, en aquel tiempo nuestra Villa era de dominio castellano y se hallaba gobernada por un Señor desinado por el Rey de Castilla, y los valderenses, que siempre fueron gurreros por naturaleza como defensores de la frontera del Reino, está claro que en esta ocasión fueron partidarios de seguir la llamada del Papa y a su Señor en apoyo de las tropas de la cristiandad contra el árabe invasor, como también lo fueron cuando entregaron voluntariamente la plaza al ser cercada por Alfonso VIII, con motivo del llamado ataque de los Alfonsos.
El rey Alfonso IX de León, aunque no participó en la contienda, tampoco impidió que acudieran a ella muchos caballeros y gentes de armas de su Reino, entre ellos los de Valderas, que siendo tradicionales defensores de la frontera sur, eran guerreros por naturaleza. Por otra parte, el Monarca leonés tampoco podía impedirlo, puesto que, como ya hemos apuntado, la plaza estaba retenida por el castellano.
Conociendo nuestra historia, he llegado a pensar que los valderenses, ésta no querían perdérsela, pues no ignoraban el peligro que se cernía sobre toda España, incluido el reino de León, ni la llamada del Papa en ayuda de la magna empresa común.
Cierto que cuando el rey Alfonso VIII desde Toledo desplazó su ejército hacia el Sur junto a la estribación norte de Sierra Morena, temía que el de León le quitase por la fuerza las plazas cuya devolución había exigido, pero es notorio que el de monarca leonés no se aprovechó de tal circunstancia, y, como ya he apuntado, tampoco impidió que los caballeros de su reino acudieran en masa en defensa de tan noble causa.
         El día 20 de junio del año 1.212, el ejército cristiano partió desde Toledo camino del Sur. A los cuatro días de marcha avistaron el castillo de Malagón y pronto se lanzaron al asalto. Los defensores ofrecieron entregar el castillo a cambio de que se respetasen sus vidas, a pesar de ello, los ultramontanos -cruzados llegados del otro lao de los Pirineos- herederos de la intolerancia de las cruzadas, pasaron a cuchillo a casi todos los defensores.
          El día 30 de Junio ataca­ron el castillo de Calatrava. Los defensores parlamentaron, y Alfonso VIII para impedir otra degollina como la del castillo de Malagón, a éstos les concedió franquicia para retirarse salvando sus vidas y parte de sus bienes. El acuerdo indignó a los cruzados extranjeros (ultramontanos europeos), que querían saquear la plaza y repetir la carnicería de Malagón. Como el Rey no les consintió semejante atropello, en represalia, la mayoría de ellos se retiraron de la cruzada regresando a sus países de origen, debilitando así gravemente la fuerza cristiana. Los más exaltados querían vengarse del Rey Alfonso VIII y pretendían tomar Toledo que se hallaba desguarnecida, pero finalmente recapacitaron y se conformaron con saquear las juderías de las ciudades que encontraron a su paso.
            Los días 7, 8 y 9 de julio, los cruzados acamparon frente al antiguo castillo cristiano de Salvatierra que estaba en poder de los musulmanes. Allí pasaron revista a las tropas y se prepararon para la batalla. El día 12 de junio llegó el ejército cristiano a las estribaciones de Sierra Morena.
         Entre tanto, las avanzadillas cristianas traían noticias de las posiciones de las huestes de Al-Nasir, el Miramamolín, como ya hemos citado,  para los almohades “Príncipe de los Creyentes”, cuyas huestes estaban a pocos kilómetros al otro lado de las gargantas del Muradal ocupando estratégicas posiciones. El Miramamolín ya había dispuesto tropas en las alturas del desfiladero de la Losa, por donde se vería obligado a pasar el ejército cristiano para cruzar Sierra Morena, pues no se conocía otro paso. En este escabroso lugar los almohades sabían que tenían toda la ventaja, pues con sólo cien hombres apostados en lo alto de las rocas podían destruir todo un ejército que intentase cruzar.
Ante tal coyuntura, está claro que los cristianos estaban en un verdadero apuro, hasta el punto de que Alfonso VIII se reunió con sus estrategas y jefes de mesnadas para encontrar una solución. Algunos opinaban que había que retroceder y buscar otro paso para afrontar el combate desplegando las tropas en campo abierto, como única posibilidad de obtener la victoria, pues no debían ni siquiera intentar cruzar la ratonera del desfiladero de la Losa.


El rey no era partidario de retroceder, pues acertadamente opinaba que se produciría un agotamiento de las tropas, que ya venían cansadas por el desplazamiento desde Toledo y el agobio de los calores del mes de Junio, y lógicamente necesitaban reponer fuerzas para afrontar el combate. Intuía que si se debitaban aún más, el agotamiento podría ser decisivo llegado el momento de la batalla. Por ello, las tropas de la alianza cristiana estaban en un verdadero apuro, y más bien necesitaban un milagro para salir del atolladero.
Intentando solucionar tan difícil situación, el Comandante de la vanguardia don Diego López de Haro, de común acuerdo con el Rey, decidió enviar grupos de pequeñas avanzadillas de hombres de plena con­fianza a buscar algún posible paso entre los altos picos de Sierra Morena; a recorrer los senderos y desfiladeros para ver la posibilidad de encontrar algún desconocido paso que permitiese cruzar el macizo montañoso, y así afrontar la batalla con despliegue de fuerzas ante el enemigo, como estratégicamente se había planeado.
Las avanzadillas debían proceder con sumo cuidado en la difícil misión de encontrar algún camino no vigilado por los almohades, por el que pudiese pasar el ejército cristiano sin ser prematuramente avistado y emboscado. Verdaderamente el cometido era más que difícil, imposible, puesto que los moros estaban al otro lado de los picos y se suponía que tenían vigilados todos los pasos. Se sabe a ciencia cierta que la principal avanzadilla la mandaba el propio hijo de don Diego López, y, por lo que seguidamente veremos, en otra, es seguro que iban algunos valderenses.
   Inesperadamente, como llovido del cielo, el milagro que necesitaban ocurrió. Uno de los grupos destacados en aquellas alturas, se encontró con un pastor llamado Martín Alaja, que aseguraba conocer un angosto y difícil camino no vigilado por los almohades, un atajo por el que podría pasar al otro lado de la cordillera sin ser detectado todo el ejército castellano. La avanzadilla guiada por el pastor Martín Alaja, para asegurarse de que era cierto, lógicamente exploró el camino, comprobando así que a través de los parajes del Puerto del Rey y del conocido como Salto del Fraile, ciertamente se podía cruzar al otro lado.
             Mientras caminaban por los solitarios parajes y veredas que indicaba el pastor Alaja, un caballero avispado se fijó en un importante detalle que indicaba que aquellos pasos no estaban ni habían sido vigilados ni transitados por los almohades. Por considerarlo de suma importancia, el caballero solamente comunicó la observación a su Señor (Don Diego), y éste personalmente al Rey (por lo milagroso del hecho, alguna leyenda pretende que el rústico Martín Alaja era San Isidro).
             Una vez comunicado al Rey la existencia del paso no vigilado, el caballero hizo al Monarca la importante observación, diciéndole, que al explorar la ruta vio al lado del camino los restos de una vaca descuartiza por los lobos, de los que sólo quedaba la cabeza. Los sanguinolentos desgarrados despojos sobre restos óseos indicaban que el descuartizamiento era reciente, por tanto, bien se podía conjeturar que el paso no había sido transitado ni vigilado por nadie, de lo contrario los lobos no abrían estado allí dándose el festín.
             Por aquellos difíciles veredas transitadas por el pastor Martín Alaja, las tropas cristianas pudieron esquivar la emboscada del Miramamolín en el desfiladero de la Losa, y sin que se percataran los almohades, en la madrugada del 15 al 16 de julio de 1.212, cruzaron las escabrosas montañas de Sierra Morena por el Salto del Fraile, y salieron a la explanada de la Mesa del Rey, y desde una ventajosa y levada posición para la inminente batalla, avistaron el grueso del ejército enemigo y se prepararon para el combate.
           En la madrugada del día 16, aún era de noche cuando los cristianos vieron cercanas las hogueras del campamento enemigo, y unos y otros esperaron impacientes el amanecer del día decisivo. Los cruzados se aprestaron a revisar las armas mientras contemplaban el parpadeo de las luces del extenso campo enemigo, y los clérigos se apresuraban a impartir la absolución.
            El catedrático de historia Francisco García Fiz, en “Las Navas de Tolosa” (2003), dice: “En la batalla de Las Navas de Tolosa, por no ir más lejos, la vanguardia del ejército mandada por Diego López de Haro parece nuclearse en torno a su propia milicia, formada por <<consanguíneos, amigos y vasallos suyos>> entre quienes se encontraba su propio hijo, López Díaz de Haro y dos sobrinos suyos, Martín Muñoz y Sancho Fernández, este último hijo de su hermana Urraca López y del rey de León, Fernando II” (Pág. 206). Prosigue aludiendo al Alférez de Diego López de Haro, apellidado Arias: “...el día de la batalla encabezó la vanguardia castellana llevando consigo, entre otras fuerzas, a su hueste señorial, en la que aparecen citados su hijo y heredero –López Díaz- y sus sobrinos Sancho Fernández y Martín Muñoz; aunque las fuentes tardías añaden otros nombres de miembros de su milicia, como su hijo Pedro Díez y su alférez Pedro Arias(Pág. 207).

       El solar del apellido Arias se localiza en León y Galicia, y aquí tenemos a un caballero de los Arias que es Alférez de Don Diego López de Haro, un hombre de guerra de su plena confianza que marchaba a su lado con el hijo y los sobrinos del Comandante de la vanguardia. Ciertamente este dato respecto a Valderas no debemos pasarlo por alto, pues cuando el rústico Martín Alaja indicó la existencia de un paso entre las montañas que podía llevar al ejército cristiano a la Mesa del Rey, al otro lado de la cordillera, para comprobar el paso que indicaba el pastor, como no podía ser de otra forma, en evitación de conducir a todo el ejército a otra ratonera como el desfiladero de la Losa, o, a una fatal emboscada, don Diego envió patrullas de hombres muy cercanos a él y de su plena confianza.
Una vez comprobado por la avanzadilla el paso no vigilado por los almohades, al hombre que reparó en el importante detalle de los restos de una vaca devorada por los lobos junto a la estrecha vereda, de la que sólo quedaba la cabeza, a este Caballero, por su observación y perspicacia en tan importante momento, como premio, timbre y distintivo de honor y de nobleza para su nuevo escudo de armas, recibió del Rey Alfonso VIII “La cabeza de una vaca”, y es notorio, que heraldistas e historiadores coinciden en que la dinastía de los Cabeza de Vaca es oriunda de Valderas.
Lo más curioso de todo esto que llama poderosamente mi atención, es que el emblema de los Cabeza de Vaca está está en Vaderas en la misma casa del linaje de “Los Arias”, que también da nombre a la calle. Los Arias han sido durante muchos siglos una de las familias nobles más destacadas de Valderas, con ilustres personajes que han llevado el renombre de la Villa como: Franciscus Arias de Valderas que –según el Padre Albano- se cita en el prólogo una obra editada en el año 1.533, titulada: “Libellus de Belli Justitia Injustitiae”. Una de las tumbas –losa de piedra- que está en la iglesia de la Virgen del Socorro pertenece a la familia Arias.
               Como podemos apreciar en la siguiente fotografía, en la fachada de la casona señorial de Los Arias está también el escudo de y los “Cabeza de Vaca”. Ciertamente, parece mucho más que una simple coincidencia.


En mi opinión, relacionado con los blasones heráldicos existentes en Valderas, y con el caballero que vio la cabeza del rumiante explorando el paso señalado por el pastor en el Salto del Fraile, por donde el ejército cristiano pudo pasar la cordillera para ir a salir a la Meseta del Rey burlando la embosca del desfiladero de la Losa; quien se fijó en el importante detalle de la vaca devorada por los lobos y por ello fue premiado por el Rey con la cabeza del rumiante como timbre heráldico de su nuevo escudo, fue el caballero de Valderas Don Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, primero de su nobleza y linaje, y oriundo de nuestra villa, y todo indica que en esta avanzadilla iba acompañando a Don Pedro Arias de Valderas, Alférez y hombre de confianza del Comandante Don Diego López de Haro. Por tanto, podemos colegir que este escudo de la primera dinastía de los Cabeza de Vaca, es fiel tes­tigo de la participación de los valderenses en la gran cruzada de la cristiandad, y la alusión bibliográfica a los Arias citada en nota anterior, que nos habla de un valiente Alférez de este linaje que luchó contra el moro en una de los puestos más arriesgados de la vanguardia cristiana, al lado de Don Diego (el bueno), viene a certificar el mismo hecho.
Continuando con los testigos que en nuestra Villa existen sobre la participación de valderenses en tan importante batalla, es notorio que el linaje de los López de Haro es un tronco de diferentes ramas, que a su vez derivan en apellidos que van tomando de las ciudades y señoríos que ostentan, entre estas ramas podemos citar noblezas como los Ayala o Avellaneda, solares que aluden a su tronco original colocando lobos en sus armas heráldicas y, como ya hemos comprobado, esta misma alusión a la jerarquía original de los de Haro, aparece también en el escudo bajorrelieve de una tumba hallada en Valderas en agosto del año 2.006 (el citado escudo ya ha sido explicado en ese Blog).
Otro interesante dato que merece ser citado en este relato, es la existencia de un apellido “Valderas” y su escudo heráldico, cuya descripción es la siguiente:
Valderas: Castellano de las montañas de León. De plata, un árbol de sinople con dos lobos de gules desollados y atados al tronco con cadenas, bordura de gules con ocho aspas de oro.

                                                                   Valderas

La forma redondeada de la base de este escudo nos remonta a una época muy antigua, y como podemos comprobar, lo realmente interesante son los lobos desollados y sangrantes atados al roble, que fueron añadidos a su escudo por los López de Haro a raíz de las Navas de Tolosa.
       También vemos las aspas de la toma de Baeza. Y para que no exista confusión, es importante decir que estos lobos sangrantes y encadenados al roble nada tienen en común con los lobos pasantes de los Osorio-Villalobos que vemos en el escudo del Arco de Santiago.
            El primer blasón de los Cabeza de Vaca fue el siguiente: En oro un estandarte de gules (rojo), acompañado de dos estrellas de lo mismo, una en Jefe y otra en punta. El que hoy podemos ver en Valderas timbrado con la cabeza del rumiante, que presentamos en la siguiente fotografía, tiene el escudo original en el cuartel superior izquierdo.


             Éste que tenemos en Valderas, al ser cuartelado (unión de familias), es traído del anterior original estandarte de oro y gules con una estrella en jefe y otra en punta. el cuartel superior izquierdo es el más importante, pues refleja la bandera y la estrella del primer estandarte. En el cuadrante izquierdo hay un castillo de Señorío. Abajo a la izquierda, aparece nuevamente la cabeza del rumiante.
             A la derecha tiene unas escobas, signo heráldico de la familia Escobar. El ajedrezado viene a resaltar el valor del soldado en la batalla.
Lo más importante a destacar es el timbre, como signo del apellido oriundo de Valderas, que como ya hemos demostrado, anuncia la participación de los valderenses en la gran cruzada de la cristiandad, la batalla de "Las Navas de Tolosa".