En el nuevo
relato que ofrezco a mis amables lectores en este Blog de Valderas, con el
análisis de los signos heráldicos existentes en nuestra Villa, podremos
comprobar la participación de los valderenses en una de las hazañas guerreras
más importantes de la historia de España: La gran cruzada de la cristiandad
conocida como la batalla de "Las Navas de Tolosa".
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Es notorio que el rey Alfonso IX de León no participó en la
batalla de Las Navas de Tolosa, pero ahondando en los relatos históricos y en
los pétreos testigos -labras- de nuestra Villa, hoy podemos afirmar que los
caballeros y gentes de armas de Valderas, sí lo hicieron; y, aún más importante,
como más adelante veremos, existen datos fiables para afirmar que los
valderenses tuvieron mucho que ver en la gran victoria de las tropas de la gran
cruzada de cristiandad en la península Ibérica.
Dicho lo
anterior, alguien podrá preguntar: ¿siendo Valderas del Reino de León, cómo es
que los valderenses participaron en la contienda y no lo hizo su legítimo Rey?
La respuesta es
clara: pocos años antes del 1.212, en que se luchó en las Navas, Valderas era
gobernada por un caballero de noble raíz castellana, y todo indica que era hermano
o sobrino don Diego López de Haro (el Bueno), Comandante de las vanguardia del
ejército castellano en la citada batalla.
Cuando la amenaza almohade Miramamolín
-conocido por los árabes como "Príncipe de los Creyentes"- se hizo
latente en tierras de la Península Ibérica, para enfrentarse a tan numerosa
hueste, el rey Alfonso VIII de Castilla solicitó ayuda a los demás reinos de
España, y para conseguir la unión de todas las fuerzas cristianas y el apoyo de
los cruzados extranjeros de centro Europa, urgió al Papa Inocencio III para que
declarase la contienda “Cruzada de la Cristiandad”, quien a su vez ordenó que
fuese predicada en todos los púlpitos de Europa, y con amenaza de excomunión
pidió a todos los Reyes y Príncipes cristianos que aplazaran sus diferencias a
favor de la magna empresa común, prometiendo a su vez, plena remisión de los
pecados a cuantos concurrieran en ayuda de la cristiandad, que se hallaba
seriamente amenazada, puesto que el llamado príncipe de los Creyentes había
jurado abrevar su caballos en Roma, con clara intención de arrasar los reinos
cristianos, primero de España, y seguido a todo aquel que se le pusiese delante
en Europa.
El rey Alfonso IX de León condicionó su apoyo y asistencia
a la batalla solicitando al Castellano Alonfo XIII la devolución de las plazas
que le tenía retenidas por incumplimiento del “Tratado de Tordehumos”. Por
tanto, Valderas estaba en poder del Rey Castellano y era una de las plazas
fronterizas que el leones pedía le fuese devuelta. Como vemos, en aquel tiempo
nuestra Villa era de dominio castellano y se hallaba gobernada por un Señor
desinado por el Rey de Castilla, y los valderenses, que siempre fueron gurreros
por naturaleza como defensores de la frontera del Reino, está claro que en esta
ocasión fueron partidarios de seguir la llamada del Papa y a su Señor en apoyo de
las tropas de la cristiandad contra el árabe invasor, como también lo fueron
cuando entregaron voluntariamente la plaza al ser cercada por Alfonso VIII, con
motivo del llamado ataque de los Alfonsos.
El rey Alfonso IX de León, aunque no participó en la
contienda, tampoco impidió que acudieran a ella muchos caballeros y gentes de
armas de su Reino, entre ellos los de Valderas, que siendo tradicionales
defensores de la frontera sur, eran guerreros por naturaleza. Por otra parte, el
Monarca leonés tampoco podía impedirlo, puesto que, como ya hemos apuntado, la
plaza estaba retenida por el castellano.
Conociendo nuestra historia, he llegado a pensar que los
valderenses, ésta no querían perdérsela, pues no ignoraban el peligro que se
cernía sobre toda España, incluido el reino de León, ni la llamada del Papa en
ayuda de la magna empresa común.
Cierto que cuando el rey Alfonso VIII desde Toledo
desplazó su ejército hacia el Sur junto a la estribación norte de Sierra
Morena, temía que el de León le quitase por la fuerza las plazas cuya devolución
había exigido, pero es notorio que el de monarca leonés no se aprovechó de tal
circunstancia, y, como ya he apuntado, tampoco impidió que los caballeros de su
reino acudieran en masa en defensa de tan noble causa.
El día 20 de junio
del año 1.212, el ejército cristiano partió desde Toledo camino del Sur. A los
cuatro días de marcha avistaron el castillo de Malagón y pronto se lanzaron al
asalto. Los defensores ofrecieron entregar el castillo a cambio de que se
respetasen sus vidas, a pesar de ello, los ultramontanos -cruzados llegados del
otro lao de los Pirineos- herederos de la intolerancia de las cruzadas, pasaron
a cuchillo a casi todos los defensores.
El día 30 de Junio atacaron el castillo de
Calatrava. Los defensores parlamentaron, y Alfonso VIII para impedir otra
degollina como la del castillo de Malagón, a éstos les concedió franquicia para
retirarse salvando sus vidas y parte de sus bienes. El acuerdo indignó a los
cruzados extranjeros (ultramontanos europeos), que querían saquear la plaza y
repetir la carnicería de Malagón. Como el Rey no les consintió semejante
atropello, en represalia, la mayoría de ellos se retiraron de la cruzada
regresando a sus países de origen, debilitando así gravemente la fuerza
cristiana. Los más exaltados querían vengarse del Rey Alfonso VIII y pretendían
tomar Toledo que se hallaba desguarnecida, pero finalmente recapacitaron y se
conformaron con saquear las juderías de las ciudades que encontraron a su paso.
Los días 7, 8 y 9 de julio, los
cruzados acamparon frente al antiguo castillo cristiano de Salvatierra que
estaba en poder de los musulmanes. Allí pasaron revista a las tropas y se
prepararon para la batalla. El día 12 de junio llegó el ejército cristiano a
las estribaciones de Sierra Morena.
Entre tanto, las
avanzadillas cristianas traían noticias de las posiciones de las huestes de Al-Nasir,
el Miramamolín, como ya hemos citado,
para los almohades “Príncipe de los Creyentes”, cuyas huestes estaban a
pocos kilómetros al otro lado de las gargantas del Muradal ocupando
estratégicas posiciones. El Miramamolín ya había dispuesto tropas en las
alturas del desfiladero de la Losa, por donde se vería obligado a pasar el
ejército cristiano para cruzar Sierra Morena, pues no se conocía otro paso. En
este escabroso lugar los almohades sabían que tenían toda la ventaja, pues con
sólo cien hombres apostados en lo alto de las rocas podían destruir todo un ejército que intentase
cruzar.
Ante tal
coyuntura, está claro que los cristianos estaban en un verdadero apuro, hasta
el punto de que Alfonso VIII se reunió con sus estrategas y jefes de mesnadas
para encontrar una solución. Algunos opinaban que había que retroceder y buscar
otro paso para afrontar el combate desplegando las tropas en campo abierto,
como única posibilidad de obtener la victoria, pues no debían ni siquiera
intentar cruzar la ratonera del desfiladero de la Losa.
El rey no era partidario de retroceder, pues acertadamente opinaba
que se produciría un agotamiento de las tropas, que ya venían cansadas por el
desplazamiento desde Toledo y el agobio de los calores del mes de Junio, y
lógicamente necesitaban reponer fuerzas para afrontar el combate. Intuía que si
se debitaban aún más, el agotamiento podría ser decisivo llegado el momento de
la batalla. Por ello, las tropas de la alianza cristiana estaban en un
verdadero apuro, y más bien necesitaban un milagro para salir del atolladero.
Intentando solucionar tan difícil situación, el Comandante de la
vanguardia don Diego López de Haro, de común acuerdo con el Rey, decidió enviar
grupos de pequeñas avanzadillas de hombres de plena confianza a buscar algún
posible paso entre los altos picos de Sierra Morena; a recorrer los senderos y
desfiladeros para ver la posibilidad de encontrar algún desconocido paso que
permitiese cruzar el macizo montañoso, y así afrontar la batalla con despliegue
de fuerzas ante el enemigo, como estratégicamente se había planeado.
Las avanzadillas debían proceder con sumo cuidado en la difícil
misión de encontrar algún camino no vigilado por los almohades, por el que
pudiese pasar el ejército cristiano sin ser prematuramente avistado y
emboscado. Verdaderamente el cometido era más que difícil, imposible, puesto
que los moros estaban al otro lado de los picos y se suponía que tenían vigilados
todos los pasos. Se sabe a ciencia cierta que la principal avanzadilla la
mandaba el propio hijo de don Diego López, y, por lo que seguidamente veremos,
en otra, es seguro que iban algunos valderenses.
Inesperadamente, como
llovido del cielo, el milagro que necesitaban ocurrió. Uno de los grupos
destacados en aquellas alturas, se encontró con un pastor llamado Martín Alaja,
que aseguraba conocer un angosto y difícil camino no vigilado por los
almohades, un atajo por el que podría pasar al otro lado de la cordillera sin
ser detectado todo el ejército castellano. La avanzadilla guiada por el pastor
Martín Alaja, para asegurarse de que era cierto, lógicamente exploró el camino,
comprobando así que a través de los parajes del Puerto del Rey y del conocido
como Salto del Fraile, ciertamente se podía cruzar al otro lado.
Mientras caminaban por los
solitarios parajes y veredas que indicaba el pastor Alaja, un caballero avispado
se fijó en un importante detalle que indicaba que aquellos pasos no estaban ni
habían sido vigilados ni transitados por los almohades. Por considerarlo de
suma importancia, el caballero solamente comunicó la observación a su Señor
(Don Diego), y éste personalmente al Rey (por lo milagroso del hecho, alguna
leyenda pretende que el rústico Martín Alaja era San Isidro).
Una vez comunicado al Rey la
existencia del paso no vigilado, el caballero hizo al Monarca la importante
observación, diciéndole, que al explorar la ruta vio al lado del camino los restos
de una vaca descuartiza por los lobos, de los que sólo quedaba la cabeza. Los sanguinolentos
desgarrados despojos sobre restos óseos indicaban que el descuartizamiento era
reciente, por tanto, bien se podía conjeturar que el paso no había sido
transitado ni vigilado por nadie, de lo contrario los lobos no abrían estado
allí dándose el festín.
Por aquellos difíciles veredas transitadas
por el pastor Martín Alaja, las tropas cristianas pudieron esquivar la
emboscada del Miramamolín en el desfiladero de la Losa, y sin que se percataran
los almohades, en la madrugada del 15 al 16 de julio de 1.212, cruzaron las
escabrosas montañas de Sierra Morena por el Salto del Fraile, y salieron a la
explanada de la Mesa del Rey, y desde una ventajosa y levada posición para la
inminente batalla, avistaron el grueso del ejército enemigo y se prepararon
para el combate.
En la madrugada del día
16, aún era de noche cuando los cristianos vieron cercanas las hogueras del
campamento enemigo, y unos y otros esperaron impacientes el amanecer del día
decisivo. Los cruzados se aprestaron a revisar las armas mientras contemplaban
el parpadeo de las luces del extenso campo enemigo, y los clérigos se
apresuraban a impartir la absolución.
El catedrático de historia Francisco
García Fiz, en “Las Navas de Tolosa” (2003),
dice: “En la batalla de Las Navas de Tolosa, por no ir más lejos, la vanguardia
del ejército mandada por Diego López de Haro parece nuclearse en torno a su
propia milicia, formada por <<consanguíneos, amigos y vasallos
suyos>> entre quienes se encontraba su propio hijo, López Díaz de Haro y
dos sobrinos suyos, Martín Muñoz y Sancho
Fernández, este último hijo de su hermana Urraca López y del rey de León,
Fernando II” (Pág. 206). Prosigue aludiendo al Alférez de Diego López de Haro, apellidado
Arias: “...el día de la batalla
encabezó la vanguardia castellana llevando consigo, entre otras fuerzas, a su
hueste señorial, en la que aparecen citados su hijo y heredero –López Díaz- y
sus sobrinos Sancho Fernández y Martín Muñoz; aunque las fuentes tardías añaden
otros nombres de miembros de su milicia, como su hijo Pedro Díez y su alférez Pedro Arias” (Pág.
207).
El solar del apellido
Arias se localiza en León y Galicia, y aquí tenemos a un caballero de los Arias que es Alférez de Don Diego López de Haro,
un hombre de guerra de su plena confianza que marchaba a su lado con el hijo y
los sobrinos del Comandante de la vanguardia. Ciertamente este dato respecto a
Valderas no debemos pasarlo por alto, pues cuando el rústico Martín Alaja
indicó la existencia de un paso entre las montañas que podía llevar al ejército
cristiano a la Mesa del Rey, al otro lado de la cordillera, para comprobar el
paso que indicaba el pastor, como no podía ser de otra forma, en evitación de
conducir a todo el ejército a otra ratonera como el desfiladero de la Losa, o,
a una fatal emboscada, don Diego envió patrullas de hombres muy cercanos a él y
de su plena confianza.
Una vez comprobado por la avanzadilla el paso no vigilado por los
almohades, al hombre que reparó en el importante detalle de los restos de una
vaca devorada por los lobos junto a la estrecha vereda, de la que sólo quedaba
la cabeza, a este Caballero, por su observación
y perspicacia en tan importante momento, como premio, timbre y distintivo de
honor y de nobleza para su nuevo escudo de armas, recibió del Rey Alfonso VIII
“La cabeza de una vaca”, y es notorio, que heraldistas e historiadores
coinciden en que la dinastía de los Cabeza de Vaca es oriunda de Valderas.
Lo más curioso de todo esto que llama poderosamente mi atención, es
que el emblema de los Cabeza de Vaca
está está en Vaderas en la misma casa del linaje de “Los Arias”, que
también da nombre a la calle. Los Arias han sido durante muchos siglos una de
las familias nobles más destacadas de Valderas, con ilustres personajes que han
llevado el renombre de la Villa como: Franciscus Arias de Valderas que –según
el Padre Albano- se cita en el prólogo una obra editada en el año 1.533,
titulada: “Libellus de Belli Justitia Injustitiae”.
Una de las tumbas –losa de piedra- que está en la iglesia de la Virgen del
Socorro pertenece a la familia Arias.
Como podemos apreciar en la
siguiente fotografía, en la fachada de la casona señorial de Los Arias está
también el escudo de y los “Cabeza de Vaca”. Ciertamente, parece mucho más que
una simple coincidencia.
En mi opinión, relacionado con los blasones
heráldicos existentes en Valderas, y con el caballero que vio la cabeza del
rumiante explorando el paso señalado por el pastor en el Salto del Fraile, por
donde el ejército cristiano pudo pasar la cordillera para ir a salir a la
Meseta del Rey burlando la embosca del desfiladero de la Losa; quien se fijó en
el importante detalle de la vaca devorada por los lobos y por ello fue premiado
por el Rey con la cabeza del rumiante como timbre heráldico de su nuevo escudo,
fue el caballero de Valderas Don Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, primero de su nobleza y linaje, y oriundo de nuestra villa, y
todo indica que en esta avanzadilla iba acompañando a Don Pedro Arias de
Valderas, Alférez y hombre de confianza del Comandante Don Diego López de Haro. Por tanto, podemos colegir
que este escudo de la primera dinastía de los Cabeza de Vaca, es fiel testigo de la participación de los
valderenses en la gran cruzada de la cristiandad, y la alusión
bibliográfica a los Arias citada en nota anterior, que nos habla de un valiente
Alférez de este linaje que luchó contra el moro en una de los puestos más
arriesgados de la vanguardia cristiana, al lado de Don Diego (el bueno), viene
a certificar el mismo hecho.
Continuando con los testigos que en nuestra Villa existen sobre la
participación de valderenses en tan importante batalla, es notorio que el
linaje de los López de Haro es un tronco de diferentes ramas, que a su vez
derivan en apellidos que van tomando de las ciudades y señoríos que ostentan,
entre estas ramas podemos citar noblezas como los Ayala o Avellaneda, solares
que aluden a su tronco original colocando lobos en sus armas heráldicas y, como
ya hemos comprobado, esta misma alusión a la jerarquía original de los de Haro,
aparece también en el escudo bajorrelieve de una tumba hallada en Valderas en
agosto del año 2.006 (el citado escudo ya
ha sido explicado en ese Blog).
Otro interesante dato que merece ser citado en este relato, es la
existencia de un apellido “Valderas” y su escudo heráldico, cuya descripción es
la siguiente:
Valderas:
Castellano de las montañas de León. De plata, un árbol de sinople con dos lobos
de gules desollados y atados al tronco con cadenas, bordura de gules con ocho
aspas de oro.
Valderas
La forma redondeada de la base de este escudo nos remonta a una época
muy antigua, y como podemos comprobar, lo realmente interesante son los lobos
desollados y sangrantes atados al roble, que fueron añadidos a su escudo por
los López de Haro a raíz de las Navas de Tolosa.
También vemos las aspas de la toma de
Baeza. Y para que no exista confusión, es importante decir que estos lobos
sangrantes y encadenados al roble nada tienen en común con los lobos pasantes
de los Osorio-Villalobos que vemos en el escudo del Arco de Santiago.
El primer blasón de los Cabeza de
Vaca fue el siguiente: En oro un estandarte de gules (rojo), acompañado de dos
estrellas de lo mismo, una en Jefe y otra en punta. El que hoy podemos ver en
Valderas timbrado con la cabeza del rumiante, que presentamos en la siguiente
fotografía, tiene el escudo original en el cuartel superior izquierdo.
Éste que tenemos en Valderas, al
ser cuartelado (unión de familias), es traído del anterior original estandarte
de oro y gules con una estrella en jefe y otra en punta. el cuartel superior
izquierdo es el más importante, pues refleja la bandera y la estrella del
primer estandarte. En el cuadrante izquierdo hay un castillo de Señorío. Abajo
a la izquierda, aparece nuevamente la cabeza del rumiante.
A la derecha tiene unas escobas,
signo heráldico de la familia Escobar. El ajedrezado viene a resaltar el valor
del soldado en la batalla.
Lo
más importante a destacar es el timbre, como signo del apellido oriundo de
Valderas, que como ya hemos demostrado, anuncia la participación de los
valderenses en la gran cruzada de la cristiandad, la batalla de "Las Navas
de Tolosa".